13 diciembre 2012

JUSTICIA POR MARITA VERÓN


Todavía no salgo del estupor que me causó escuchar la palabra “absolver” durante la lectura de la sentencia del caso Marita Verón. ¿Cómo se puede desechar así, en tan pocos minutos, una lucha que lleva diez largos años? ¿Cómo se puede invalidar con semejante descaro los testimonios de las víctimas de uno de los crímenes más aterradores, como lo es la trata de personas? Me pregunto, ¿cómo podrán aquellos jueces permitirse mirar alguna vez a los ojos, no sólo a la señora Susana Trimarco, sino también al resto del pueblo argentino que aguardaba con ansias la lectura de un fallo ejemplar? Mis ojos se llenaron de lágrimas de indignación, de enojo, de vergüenza. Por eso, comencé a buscar con la mirada la imagen de Susana, esperando hallar en su rostro el mismo desconcierto que sentía yo. 

Pero eso no sucedió. Por el contrario, observé en ella una increíble serenidad, como si las desgarradoras palabras de la repudiable sentencia no la sorprendieran. Su semblante era imperturbable, un aspecto que la ha caracterizado durante todos estos años. Su mirada, fija en la realidad, sí, pero posada siempre más allá de los hechos. Y luego la escuché, diciendo que este despreciable suceso la volvía más fuerte, como si eso fuera aún posible en una mujer que ha demostrado poseer toda la fortaleza que un ser humano es capaz de albergar. Le preguntaron a cuántas chicas había salvado del terrible destino de la prostitución. “Ciento veintinueve”, contestó. “Yo sola”. 

La mención de ese número generó un cambio radical en la emoción que sentía hasta ese entonces. Sabía que la Fundación “Marita Verón” había rescatado a miles de chicas, pero jamás hubiera imaginado que Susana Trimarco, sola, hubiese recuperado a tantas jóvenes. En ese momento, la vergüenza que me había generado ese fallo fue superada por un sentimiento mucho mayor: el orgullo de saber que nada ni nadie podría jamás mitigar el inmenso amor de esta madre. 

Y de repente, tuve la certeza de que aquellos jueces, supuestos encargados de impartir justicia, no tuvieron en cuenta una cosa: mientras ellos, con todas sus atribuciones, fueron incapaces de condenar a 13 imputados graves, una simple mujer adulta, madre, abuela, luchadora incansable, pudo devolver al mundo centenares de vidas robadas.

Semejante acto de amor no puede quedar impune. 

JUSTICIA POR MARITA VERÓN.