22 julio 2010

vida.

Hace ya más de una semana que estoy en San Martín, disfrutando con mi familia, con mis amigos, haciendo actividades, descansando. Sin embargo, siento la necesidad de hacer un análisis de lo que estos últimos meses significaron para mí, porque el cambio, aunque realmente yo no lo sienta así, resulta demasiado grande como para no tenerlo en cuenta.

Para empezar, podría decir que vivir en Buenos Aires es algo que siempre me generó una especie de fascinación. Es cierto, no se trata de otra cosa que "la gran ciudad", repleta de ruidos por doquier, de gente en constante movimiento, de minutos que pasan a mayor velocidad que en cualquier otro lugar en el que haya estado anteriormente... Pero, a pesar de ese bochinche, no deja de ser algo que aprecio mucho: la ciudad que abre las puertas al mundo. Y no me refiero sólo a intereses, contactos, estudios o posibles futuros, sino también a vivencias, amistades, relaciones personales y nuevas visiones.

Parece mentira que pasaron ya más de seis meses desde que estaba en vacaciones de verano, preguntándome cómo sería este nuevo año. Gracias a Dios, la ansiedad nunca me jugó una mala pasada: siempre me mantuve tranquila.

Sin embargo, muy de a poco el día se iba acercando, los amigos se iban yendo, las familias comenzaban a quedarse con un integrante menos. Las expectativas aumentaban, y la curiosidad por lo que se me venía encima abarcaba prácticamente todo mi pensamiento.

Orgullosa, me mantuve firme hasta el día anterior a la partida; ese día, la tristeza y la nostalgia me abrumaron de una forma que nunca hubiera creído posible. Por suerte, y si bien lo sentía tanto o más que yo, mi papá no mostró la misma flaqueza... Sabía que eso sí hubiera sido difícil de soportar y, principalmente, de superar.

No importaba si estaba haciendo la valija, si estaba leyendo, o si estaba cocinando: las lágrimas no dejaban de caer. "¡No puedo estar tan sensible!", pensé.

Pero sí podía, como comprobé al día siguiente cuando una persona que quiero muchísimo vino a despedirse y me regaló ese enorme ramo de flores; cuando otra persona que me conoce hace tantos años me abrazó como lo hubiera hecho mi mamá de haberse encontrado en su situación; cuando mi hermano, tan reservado, apenas pudo mirarme a los ojos para decirme "adiós"; cuando mi papá, mostrando una fortaleza que solamente una vez le vi perder mientras nos dirigía unas palabras a nosotros, egresados, me saludó con una sonrisa cariñosa desde la terminal, feliz por todo lo que me estaba por tocar vivir; y, cómo no mencionar, cuando mis amigas cayeron de sorpresa a saludarme, minutos antes de que partiera el ómnibus: gracias a ellas, pude sonreír y viajar sin la angustia que me había invadido esos últimos dos días.

Finalmente llegué a Buenos Aires, un poco mareada, sí, pero con una alegría que momentos antes me había parecido imposible de sentir. Mi mamá, mi queridísima mamá, me estaba esperando junto a mi prima, dispuesta a ayudarme con la organización de toda aquella extraña mudanza.

¡Quién lo diría! Estaba yéndome a vivir al pensionado ubicado exactamente a la vuelta del colegio que frecuenté un año y medio, durante aquellos 2005 y 2006 en los que me dispuse, de una vez por todas, perseguir ese sueño que era la danza, y dónde conocí a aquellas amigas que, desde mi vuelta a San Martín, recién este año volvería a ver.

PENSIÓN UNIVERSITARIA. Esas dos palabras resumen la etapa que tuvo comienzo en mi vida: el pensionado, donde actualmente vivo, y la universidad, donde hoy en día estudio.

Allí estuve esos primeros días del cambio, junto con mi mamá increíble, dispuesta a dar todo por mí y por Felipe. Luego de unos días, llegó aquella persona que compartiría conmigo toda esta nueva experiencia... Aún recuerdo esa tarde en Dublin donde, en medio de una charla que abarcaba nuestro posible futuro, con un espontáneo golpe de inspiración, le sugerí la idea de la Pensión... Realmente, esa fue la mejor propuesta que se me ha ocurrido en mucho tiempo, pues, Delfi, ¡no conozco mejor persona que vos con la que sea posible compartir una infinita amistad, y una excelente convivencia! Te quiero muchísimo.

Pero, para ambas, se acercaba una nueva ruptura. Creo que es el día de hoy, cuando tanto ella como yo nos encontramos en nuestras respectivas casas, que aún nos duele pensar en esa tarde, donde primero nos despedimos de su mamá, y apenas horas después nos despedimos de la mía. De hecho, para hacer caso omiso a nuestras emociones, que amenazaban con quebrarse, enseguida buscamos algo para distraernos: ambientar el cuartito, nuestro espacio, con esos increíbles posters de Robert y Taylor, quienes nos miran desde todos los ángulos posibles, haciéndonos sentir increíblemente sexys jaja.

Sin embargo, se avecinaba el día más esperado. Algún tiempo antes, cuando todavía íbamos al colegio, nos quedábamos hablando horas pensando lo que sería el día previo al primer día de la facultad; de golpe, en un abrir y cerrar de ojos, ese día previo había llegado. Si mal no recuerdo, prácticamente no pudimos dormir... De hecho, creo que no me equivoco al decir que 'seguí de largo', teniendo en cuenta que me tenía que despertar a las 5 de la mañana.

Hasta aquí, los detalles importantes. No es mi intención hacer un análisis minucioso de cada día o de cada situación, pues fueron muchas las cosas que viví en estos últimos cuatro meses.

A grandes rasgos, puedo decir que la facultad se me dio bien: buenas materias, buenas cátedras, buen grupo... más de lo suficiente para atarme con fuerza y a voluntad a la carrera que, aún ante la sorpresa de muchos, elegí.

Pero, lo que resultó más interesante, fue la vida en la pensión. Más allá de las reglas de convivencia (que para algunas resulta difícil de cumplir, como sabrán aquellos que leyeron mi cartelito polémico), o de las ganas que de vez en cuando te dan de matar a un par, ¡son tantas las cosas buenas que rescato! Siempre hay alguien que te recibe, siempre tenés alguien con quien hablar, reír, o llorar, siempre podés tocar una puerta si necesitás ayuda, ¡lo que sea! El hecho de vivir en la pensión, trae aparejadas un par de cosas en común: que estamos estudiando, que estamos lejos de casa, y que extrañamos a nuestra familia... Lo increíble es ver cómo, a partir de esas similitudes, surgen las amistades más transparentes de las que tenga memoria.

Con el tiempo, y a medida que la confianza se va asentando con una rapidez que en otras ocasiones difícilmente parece posible, surgen diversas situaciones e historias que logran afianzar aún más ese vínculo nuevo, pero increíblemente fuerte.

¿Algunas cosas para mencionar?

Los lunes y jueves, a las 5 de la mañana, cuando bajaba a desayunar con Emi, que tenía los ojos como platos por no haber dormido en toda la noche, y con Male, que tenía cara de no poder creer a la hora que se estaba levantando, para luego ir juntas a tomar el 37 (sin ninguna duda, fueron los mejores desayunos); las reuniones en el cuarto de Mel y Cata ("¡su cuarto es más grande!") junto con Male y Delfi; las salidas, las charlas, el apoyo constante; los comentarios geniales de Mel, junto con sus pepitos y golosinas, las idas y venidas de Cata S, la tentación IMPARABLE de Male y Delfi; la noche de películas y chocolate con Agos y Delfi; EL DESAYUNO jaja; Mech tocando la puerta del cuarto para contarnos su día; Malpa a las nueve y media con las chichis re calientes con Heredia; las conversaciones a gritos entre nosotras y Mech y Sofi a través de la pared que separa los cuartos; las conversaciones a gritos entre Mel desde el cuarto de Male y yo a través de la ventana xD; BOTINERAS con las chicas del sexto; Cata Amutio yendo a buscar su taper a la cocina para hacerse los ravioles con crema en su piso; el "¡Suerte!", Friends con Clari, las conversaciones con Mechi, los comentarios de Larita, el 2x1 de FREDO... en fin: resulta IMPOSIBLE nombrarlo todo, pero todo merece ser apreciado.

Y, ¡cómo no decirlo! LA HORA DE LA RISA con Delfi a la medianoche jaja; no importa cuán cansadas estemos: no podemos dormirnos sin antes haber tenido un enorme ataque de risa.

Si a esto le sumamos las juntadas con los antiguos amigos, los fideos con panqueques, las salidas, STARBUCKS y Mc... ¿A qué conclusión puedo llegar?

A que si bien moría de ganas de venir a San Martín, después de tanto tiempo sin estar en mi casa y sin ver a mi familia, no hay nada que me alivie más que saber que, cuando deba regresar a Buenos Aires, lo voy a hacer con el entusiasmo que me genera vivir la vida que, valga la redundancia, estoy viviendo ahora.

2 comentarios:

. dijo...

Teree tenes tanta verdad en tus palabras. Si yo lo predicaré ("buenos aires abre las puertas al mundo"), TAL CUAL. Me encanto el escrito. Re abierto (no sos mucho de postear tu vida...no?) esta muy bueno. Es como leer un mail, de un tirón, te da cada ves mas ganas de lee, jaja.

. dijo...

*de leer, no quiero quedar guasa.