¿Hasta cuándo me va a seguir pasando esto?
¿Hasta cuando voy a pretender ser más fuerte de lo que soy?
Mi cara se asemeja a una piedra, mi postura es imperturbable,
pero por dentro...
Repito:
este indefinido rejunte de emociones me está matando.
"¿Tenés ganas de volver a Buenos Aires?", me preguntan.
Y yo no sé qué responder. Por supuesto, tengo ganas, me fascina, extraño mis días allá, me gusta lo que hago y, por sobre todas las cosas, me gusta lo que estoy viviendo. Pero, no, porque allá extraño mi familia, extraño mi casa, mi cuarto, mis días acá. Estoy tan arraigada a ambos lugares que cuando llega el momento de irme, ya sea de Buenos Aires como de San Martín, la situación se asemeja a la de despedirse de un amigo muy querido, a quien sabes que volverás a ver, pero luego de cierto tiempo, y con toda seguridad, extrañándolo demasiado durante ese lapso en el que estarán distanciados...
Respuesta: "Sí y no". No puedo andarme con tantas vueltas.
Gracias a todo un trabajo mental de abstracción, aprendí a sentirme BIEN en cada lugar. ¿El método? Establecer un muro. Estoy allá, y ESTOY ALLÁ. Estoy acá, y ESTOY ACÁ. Trato de evitar, y me enorgullece comprobar que suelo lograrlo, pensar en "el otro lugar", en el que no estoy y desearía estar.
Aún así, me encantaría chasquear los dedos y aparecer en Buenos Aires, chasquear los dedos y aparecer en San Martín.
Me encantaría evitar la previa de la partida que se hace eterna, pero al mismo tiempo pasa a una velocidad indescriptible.
Me encantaría evitar la despedida, la imagen de tus viejos impasibles, felices de que estés en pleno camino del progreso, pero destrozados por dentro. Me encantaría dejar de pensar aquello que me dijo una de mis mejores amigas: "Ellos siguen con su misma vida, pero con una persona menos en ella".
Me encantaría no sentirme tan dividida.
Y sí... son los "últimos días" otra vez.
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